martes, 5 de marzo de 2013

Ni Malinchista Ni Xenofóbico


POR: Javier Bonilla

Hace unos cuantos sábados, por cuestiones laborales, tuve que transportar a una pareja de señores estadounidenses a la Antigua Guatemala. El vuelo entraba a las 8 de la noche por lo que cualquier plan de parranda tuvo que ser cancelado. Traté de convencer a mis amigos que se vinieran a la Antigua, no sé si ya les pegó la edad y el espíritu parrandero se les ha disminuido, pero negaron la invitación.

Yo no quería ir a la Antigua solo a dejar a los señores y luego regresarme, la verdad se me hizo muy aburrida la idea, quería sacarle el mayor provecho al corto viaje. Luego me recordé que Ishto Juevez, cantautor guatemalteco, se mantiene por esos rumbos y toca en bares, entonces me di a la tarea de averiguar si iba a estar tocando en algún bar. Lancé la pregunta en mi cuenta de Twitter y alguien me dijo que toca en Café No Se por lo que me dirigí a ese lugar. 

Ya estando en el lugar noté que la persona que atendía era extranjera. Le pregunté si Ishto Juevez se iba a estar presentando, ella me respondió en un español un tanto golpeado que no. Luego pregunté si iba haber música en vivo y, siempre con el español golpeado, me respondió que si señalando a un guitarrista. Perfecto dije yo, pedí una cerveza, en inglés porque me di cuenta que se le hacía difícil entenderme, y me senté en una mesa. Al hablarle en inglés ella me respondió en inglés también. 

En lo que esperaba que la banda comenzara a tocar mi mente empezó a divagar, algo muy normal en mí. Cuestioné mi acción de hablarle en inglés a alguien que vive en mi país, donde se habla español (¡QUÉ MALINCHISTA DE MI PARTE!), por lo que decidí ya no hablarle en inglés. Me terminé mi cerveza y me dirigí a la barra a pedir una más y ordenar algo de comer. Le hablé sin decir una sola palabra en inglés. Costó que me entendiera pero finalmente supo que yo quería una pizza de hongos. Me fui a divagar nuevamente a mi mesa con una cerveza en la mano.

En lo que esperaba mi pizza la banda empezó a tocar. Eran dos chavos armados únicamente con sus guitarras electro-acústicas. Me impresionó como esa simpleza llenó de vida el lugar. La gente se levantó de sus mesas, bailaba y cantaba. 

Cuando la extranjera llevó mi pizza, me la entregó diciendo “Aquí está su pizza de mushrooms”. Le costó mucho decirlo, pero lo intentó. A medida que degustaba la pizza, que por cierto estaba muy buena, pensé que ha de ser muy difícil para ella estar en un país donde no habla el idioma. Ella estaba tratando hablar el idioma y se estaba ganando la vida honradamente. En ese instante me di cuenta que tuve una actitud un tanto -bastante- xenofóbica.  No me gustó para nada ese sentimiento. No era su culpa que en su país no le enseñaran otro idioma, así como yo aprendí desde pequeño a hablar en inglés.

Me terminé mi pizza y me dirigí a la barra a pedir otra cerveza y pagar la cuenta. Me quedé ahí degustando la cerveza en lo que cruzaba unas cuantas palabras con ella. 

Ya en el carro en el camino de regreso sonreí por el pequeño dilema, crisis existencial si exageramos el asunto, al que yo mismo me sometí. La verdad fue interesante y me gustó mucho el experimento de irme a meter solo a un bar. Al final de cuentas concluí que no soy ni malinchista ni xenofóbico.