martes, 17 de marzo de 2009

¿Tenemos derecho a decidir sobre nuestra muerte?

Hablar de la eutanasia en cualquier lugar donde uno se encuentre, por lo general, causa serias discusiones con opiniones divididas, pudiendo generar un conflicto entre las personas que participan en la conversación. Si este tema puede llegar a tener tal efecto en una conversación de amigos o en un salón de clases, imaginémonos lo que causa cuando llega a un juzgado un caso que trata sobre la eutanasia.
Este tema genera tal polémica debido a que se trata de la vida de los seres humanos, mejor dicho, de la muerte de seres humanos. ¿Qué otro tema puede generar tanto temor en un hombre más que la muerte? Creo que ningún otro.
Para poder ahondar más en el tema quisiera definir qué es la eutanasia. Según el Diccionario de la Real Academia Española se define cómo la “acción u omisión que, para evitar sufrimientos a los pacientes desahuciados, acelera su muerte con su consentimiento o sin él”. También está definida etimológicamente como “una muerte digna”.
Por lo general, las personas que sufren algún padecimiento terminal o muy doloroso recurren a esta acción para ponerle fin a su dolor. Las personas que más recurren a la práctica de la eutanasia son los pacientes con cáncer muy avanzado o SIDA. Pero existen otros casos que generan más polémica y son aquellos que tratan sobre personas con muerte cerebral y que su “vida” depende de mantenerse conectados a máquinas para que ellas lleven a cabo las funciones de su cuerpo. Quizás estos casos llegan a causar tanta polémica por el hecho que los familiares deciden ponerle fin a la vida del paciente y no él mismo.
Cuando se habla de la eutanasia, inmediatamente se habla del tema del derecho a la vida. Según la Declaración Universal de los Derechos Humanos “todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona”. Muchos defensores de los derechos humanos están en contra de la práctica de la eutanasia fundamentándose en el hecho que dicha acción está atentando contra el derecho a la vida de la persona. Si nos basamos en los derechos humanos, entonces dónde queda nuestro derecho a la libertad, la libertad de poder ponerle fin a nuestra vida voluntariamente.
Este año trascendió el caso de la italiana Eluana Englaro, de 37 años de edad, que pasó 17 años de su vida en estado vegetativo y finalmente el 9 de febrero del 2009, con todo un alboroto provocado por el caso, murió. Este caso volvió a despertar discusiones acerca del derecho a la vida como lo hizo el caso de Terri Schiavo en el 2005, que pasó 15 años en estado vegetal irreversible.
Aún recuerdo la acalorada discusión que tuve con mi maestra de religión en el colegio acerca de ese caso. Ella, firme en su pensamiento, defendiendo la postura de la Iglesia Católica, de estar en total desacuerdo con la eutanasia y yo, insistente con que lo más digno era dejarla morir. La discusión se generó debido a que dentro del contenido del curso se encontraba el tema de la eutanasia, según la postura de la Iglesia Católica claro está. La programación del tema coincidió con la época en que el caso de Terri Schiavo se encontraba en plena discordia en todo el mundo. Ella dio su clase teórica explicando los tipos de eutanasia existentes y el porqué la Iglesia Católica se opone fervientemente a ella. En ese momento, ella nos compartió su opinión y pidió la participación de la clase. Varios de mis compañeros coincidieron con ella que no era justo privar de la vida a una persona y que sólo Dios, así como tiene el poder de dar vida, es el único que la puede quitar. Yo levanté mi mano para pedir la palabra y se me fue concedido el derecho a expresar mi opinión. Expliqué, que a mi parecer, el estar conectado a una máquina no era estar vivo, la máquina es la que nos mantiene vivos. Al escuchar mi pensamiento ella se opuso rotundamente y cada palabra que yo decía a favor de la eutanasia ella, la rechazaba sin decir más. En ese punto me di cuenta que estaba de más seguir con una conversación que no llegaría a nada, ya que ni ella ni yo íbamos a ceder en nuestros pensamientos.
Algo que pude concluir de la conversación fue la visión tan radical que puede llegar a generar la postura de la Iglesia en sus fieles. A mi parecer la Iglesia no tiene el derecho a decidir sobre nuestra vida, si fuera este el caso se estaría atentando contra nuestro derecho a la libertad. Hoy en día, la Iglesia ya no tiene el poder de gobernar y, por lo tanto, su postura ante el tema no es más que una opinión, pero por el hecho de ser una institución con muchos seguidores, su opinión llega a influenciar a gran parte de ellos.
Si las iglesias se oponen a dicha práctica es porque Dios le regala la vida al hombre y este debe tratarla como el bien más preciado que tiene, agradeciéndole y sirviéndole por dicho regalo. Entonces, si uno renuncia a dicho regalo, prácticamente está renunciando a Dios.
La verdad, la eutanasia es uno de los temas en que más difiero con la Iglesia Católica. Viéndolo desde un punto de vista religioso, el hecho de que uno esté postrado en una cama, inconsciente, sin tener razón alguna, sólo está aferrando el alma a la Tierra y no la deja libre para emprender el último viaje. Entonces, si las personas deben de servirle a Dios, cómo podrán hacerlo si están inconscientes o cómo podrán llegar a su encuentro con Dios si una máquina se los está impidiendo.
Mi postura ante la eutanasia es clara. ¡A FAVOR DE ELLA! Me pongo a pensar, ¿acaso sería vida estar conectado a una máquina sin la cual no puedo vivir y por si fuera poco no puedo disfrutar de las bellezas del mundo porque estoy totalmente incapacitado de mis facultades? Definitivamente eso no sería vida. Aprovecho estas líneas para dejar dicho: Si algún día quedo en estado vegetativo, POR FAVOR no dejen que una máquina me mantengan aferrado a esta vida. Sería mejor que nunca me llegaran a conectar, pero si lo llegan a hacer, desconéctenla de mí. Mis razones para pedir eso, pues qué otra razón que no poder estar con mis seres queridos, no poder disfrutar los placeres de la vida, no poder abrir mis ojos y admirar los paisajes, no poder decidir sobre mi vida. Vivir con todas esas limitaciones simplemente no sería llevar una vida para mí. Así como los derechos humanos protegen el derecho a la vida de los hombres, también defienden la dignidad humana y para mí no sería digno vivir de esa manera. Si respetamos el derecho a la vida, creo que debemos de respetar el derecho a morir de las personas.

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